En primera persona
La narración será larga si tengo que remontarme a mi infancia y mi adolescencia, a modo de síntesis puedo decir que son etapas marcadas por momentos de todo tipo, buenos y no tan buenos, todos han dejado en mí sus enseñanzas, han nutrido mis raíces, y forman parte de mi historia.
Pero la etapa que marco de modo profundo mi vida fueron los años en la universidad. Lugar que yo defino como la selva, pues las situaciones allí son impredecibles, la mayoría de las veces uno está solo, y el día a día depende exclusivamente de uno, esto se potencia cuando, el apoyo de la familia, es solo por teléfono y muy de vez en cuando, porque comencé a estudiar cuando aun los celulares no era un boom.
Si algo que debo agradecer, es que mi papá me enseño a su manera sobre el trabajo y el sacrificio, nunca me falto nada, pero jamás me dio demasiado, las comodidades que obtenía crecían proporcionalmente a mi actuación como estudiante, el decía “…tu único trabajo es estudiar, del resto me encargo yo”, y siempre fue así. No puedo negar que viví situaciones en donde llegaba a penas a fin de mes, y en esos momentos, no faltaba una olla popular con mis vecinas del departamento. Momentos únicos que quedaran registrados en mi memoria para siempre.
Construí verdaderas amistades, conocí el amor por momentos y sobre todo no deje de lado mi objetivo, recibirme por más piedritas que se me colaban en el zapato. Aprendí que el profesor mas bueno no era el que nos daba hora libre, porque todo el tiempo perdido en la secundaria tuve que invertirlo nuevamente para aprender “sola” lo que no me habían enseñado, entendí que cuando se es adolescente, uno piensa que es un genio si las cosas las hacés a medias y con el mínimo esfuerzo.
Invertí siete años en la facultad, al principio no tomaba las cosas tan enserio, considero que fui bastante cobarde en algunas asignaturas como Fundamentos de Química y Matemática, donde preferí el primer año, ser soldado que huye…no quiero que eso les pase a mis alumnos. Me encantaría ahorrarles el trabajo de más adelante tener que reconocer, que uno tiene que poner alma y mucho esfuerzo en todo desde el principio, pues así…se gana tiempo.
Con el tiempo me volví rigurosa y detallista, porque tuve modelos docentes, en los cuales me veía reflejada, y aunque estaba a años luz de ser como ellos, debo admitir que la admiración que sentía por algunos y la sensación de desafío que me producía el hecho de que otros me subestimaban y me creían incapaz, fueron el gran motor para seguir adelante.
Como olvidar la capacidad humana e intelectual de Mercedes de los Reyes, me temblaba el alma cuando visaba mis diseños de prácticas. Primera reacción, el “miedo”, todavía recuerdo como me latía rápido el corazón cuando ella entraba a la cátedra, esa mirada profunda y desafiante, que fuerza, ¡que ganas! No se cansaba nunca. Ese miedo en poco tiempo se transformó en un profundo respeto y luego en una maravillosa admiración. Blanca E. Montes un referente en investigación educativa, nos contagió la pasión por enaltecer el rol de los docentes, esa correcta forma de expresarse y sumado a su imponente andar; por más que ya no esté entre nosotros la recuerdo con mucho cariño. Teresa Orozco, una mujer que me enseño analizar distintas realidades, cuando narraba sus experiencias como maestra, siempre nos robaba una lágrima y una sonrisa. Máximo Gorleri, que manera tan particular de analizar el mundo, que linda forma de ayudarnos a pensar cuestiones tan básicas de la relación del hombre con el entorno. El entusiasmo y predisposición de Virginia Vega, esas clases de fisiología vegetal y genética fueron inolvidables, cuanta falta de paciencia, pero que nos obligaba a estudiar más.
Cuantas clases, cuantas horas de estudio, cuantos mates y tereres en la terraza, preparando finales. Que lindas épocas. Concluir una etapa y comenzar otra, con un gran desafío, ser profeta en mi tierra.
Cuando comencé a enseñar en el Instituto las expectativas fueron muchas, y creo que a medida que avanzo van en aumento, pero debo confesar que en muchas situaciones me sentí incapaz y desorientada. Pues es lógico para una persona que recién egresa de un nivel, con un tipo de formación, con modelos ya construidos e instalados, adaptarse a otro tan distinto.
Al principio me costó entender que las relaciones que se establecen con los alumnos del nivel terciario son de otro tipo a los que viví como estudiante. Estos alumnos demandan más atención, las relaciones son más familiares, los conflictos son tomados con grandes cuotas de atención y las críticas son más duras de lo imaginado, en algún punto uno comienza a acostumbrarse al juicio constante. Pero es bueno, o por lo menos así pienso, “ladran Sancho, señal que cabalgamos”.
Me considero una mujercita de carácter, es mi instrumento para movilizarme en la vida, se que a muchos le intimida mi voz, que mi imagen por momentos un tanto dura, y déspota no les permite a muchos acercarse. Pero mi comportamiento tiene un motivo. Creo que son muy pocos los alumnos que pueden diferenciar entre la confianza y el exceso de confianza, es una línea muy delgada, y la mayoría de las veces el exceso de confianza alimenta la falta de responsabilidad, sucede… siempre sucede. Por eso preferí que mi imagen y temperamento los mantuviera alertas sin ánimos de dormirse en los laureles, las vida es un desafío continuo, y siempre podemos hacerlo un poco mejor. Las cosas hechas a medias tintas nunca me gustaron… una frese que me identifica…si lo hacemos hagámoslo bien…como corresponde…a todo o nada.
Considero que tengo plasticidad para adecuarme a muchas situaciones, puedo ser maternal con mis alumnos de primer año de la secundaria, y puedo ponerme en distintas posturas con mis alumnos adultos, puedo pasar de los tacos y el aire magistral de una clase de ciencias a las zapatillas y la informalidad de las clases de teatro. Puedo hacer muchas cosas, sufrir todos los días en mi horario de gimnasio y sentarme a estudiar lo que todavía no aprendí, sin renegar por nada, porque lo que me sobra es “voluntad”.
Puedo levantarme cada vez más pronto de las caídas, pero entiendo que nunca voy a dejar de tropezar, "me cuesta reconocer lo que hago mal, porque soy muy cabeza dura", pero tarde o temprano las personas que me aman y que yo amo, me hacen entrar en razón, con ellos tengo una deuda eterna.
Siempre estoy buscando la manera de hacer cosas distintas, cosas que me den placer, sin quedarme con ganas de hacer nada. Hay momentos que aun no han llegado, pero estoy segura que llegaran. La familia, los hijos…son proyectos aun no inmediatos, por más que exista gente que me reclama no haberlos concretado aun. Hay tiempo, si Dios quiere.
Esta soy yo, sin vueltas, temperamental, por momentos un maremoto y otras agüita de tanque, perseverante, fiel a mis convicciones, pero además tremendamente impaciente y por momentos exageradamente exigente. Sé que la vida me seguirá modelando a su manera, pero me encantaría no ir agotándome en el camino, y cuando pienso en eso, recuerdo a una Prof. que prefiero quede en el anonimato, una mujer que aunque era muy mayor, tenía la vigorosidad y el entusiasmo de una adolescente, sumado a una profunda experiencia, ¡así quiero ser! Pero…solo el tiempo dirá, por eso esta historia no tiene final…con lo cual solo me queda escribir continuará…